sábado, 30 de junio de 2012

LA LUZ Y LA VOZ





















________ La luz y la voz

Hace pocos días recibí un email que contenía un breve poema. El poeta, viejo amigo, me obsequia de vez en cuando con su obra inédita. Yo lo admiro extraordinariamente. En su doble versión de narrador y de poeta. Este poema está signado con el número 781 y no lleva título. En verdad se trata de tan sólo dos versos pero la concentración de lo inefable lo ha producido. Formará parte de un libro que ignoro cuándo se publicará o si se publicará siquiera.

Pensando en lo que decir aquí hoy sobre 20 años sin Camarón recordé el fogonazo de esos dos versos de mi amigo Amaya Zulueta. Dicen:

La luz pasa primero
A través de la voz

Amaya Zulueta es un poeta misterioso y, en cierto modo, críptico. Si todos los poetas ponen en limpio su corazón, Amaya Zulueta, además, pone en claro sus ideas sobre la Poesía. Diríamos que es un metafísico junto a alguien que está obsesionado con la perfección formal, con el lenguaje más prístino. Más cerca de San Juan de la Cruz y de Juan Ramón Jiménez que de otra tendencia o escuela, cuando nos disponemos a entender su poesía, nos enfrentamos a todo un simbolismo de doble entrada, una realidad que debe ser clarificada porque penetrar en los secretos de la naturaleza, o del alma de los hombres, no es tarea sencilla sino proeza de poetas verdaderos.

La luz pasa primero
A través de la voz

¿Qué es la luz? Más importante que su paso se nos antoja su propia naturaleza. ¿Qué es la luz? Pero también, ¿qué es la voz? Si no imaginamos, aunque sea someramente, una la luz que pasa a través de la voz jamás podremos entender el sentido oculto del poema.

Quizá por esto enseguida relacioné este poema mínimo y hermosísimo con lo que resumimos llamando Camarón. Camarón es mucho más que José Monje Cruz, hijo de Luis y de Juana, nacido en La Isla de León, actual San Fernando, en diciembre de 1950, en un patio de vecinos de la calle Carmen... Camarón es esa luz que pasa primero a través de la voz.

... Parece mentira, tanto tiempo intentando explicar el fenómeno llamado Camarón de la Isla y llega un poeta semi escondido y solitario, mi buen amigo Amaya Zulueta, y describe el misterio de un hombre que canta, la apariencia de una voz que traspasa primero por la luz.

Decimos: Camarón es un genio, Camarón es un mito, Camarón es único, nadie ha habido cómo él... ni lo habrá. ¿Pero eso qué es? ¿Que decimos cuando decimos que fue un mito, un genio?

Me acompaña en esta mesa Paco Cepero. De él también se dice que es un genio. Vamos, yo el primero. Decir de Paco Cepero que es un genio es hacer un resumen de una vida y de todo lo que ha hecho en la vida Paco Cepero. Digo acompañar como nadie a toda la gran nómina del cante del siglo XX. Pues bien, este hombre que calla de todo lo que sabe, de todo lo que ha visto y de todo lo que ha vivido, siempre ha dicho de Camarón: yo lo acompañé cuando mejor ha cantado en su vida, “tenía aquí -señalando la garganta- una cajita de música”. Se refería, siempre se ha referido a la voz del poema de la luz que pasa primero a través de la voz. Mucho antes de que Amaya Zulueta escribiera el poema Paco Cepero lo había descrito con la metáfora de la cajita de música, o sea, la voz de Camarón era música, no sólo eso, era una cajita de música, que representa lo delicado, lo frágil, lo casi inasible. Lo maravilloso.

¿Hablamos de Flamenco? Para nada, no, en absoluto. Hablamos de la luz y de la voz, o sea, que la luz llega primero por la voz y donde llega la luz muere la oscuridad y vemos, ¡vemos! Cada uno de nosotros puede decir lo que ve cuando oye la voz de Camarón cantándonos. Yo me he estremecido. Digo que por la voz llegó la luz como una ganzúa para abrirme subrepticiamente... las carnes.

Es la primera invitación que hago, que nos sigamos con atención el camino de la herida que nos deja. No se trata de saber lo que es un compás de amalgama, ni la diferencia que hay entre una bulería de la Perla por la Perla y la misma bulería cantada por Camarón. El Flamenco, por mucho que algunos se empeñen, no es el Registro Civil ni la Flamencología es otra cosa que un intento de un listo de dignificar el Flamenco “llevándola a la Universidad”. En la época de Haydn y de Mozart los músicos eran como criados de librea que no servían las mesas de los “señoritos” de cuando entonces pero “amenizaban” las veladas poniendo un ruido agradable en los silencios de las conversaciones. Todos venimos del hondón de la miseria y el desarraigo. Pero avanzar es esto, avanzar es que hoy, aquí, en La Isla de Camarón, Paco Cepero, que es un genio, como ya dije, y Ricardo Pachón, que es el culpable de que Camarón llegara al confín del mundo, sencillamente poniéndole actualidad al Flamenco, o sea, otro genio, han venido a decirnos de Camarón, a testificar el evangelio de un muerto inmortal.

Veinte años después de Camarón pasaron muchas cosas en La Isla de Camarón. Digo que aquí se puso la piedra angular de su Llave de Oro del Cante. En la Venta de Vargas. Y del cajón de una cómoda de María Picardo salió una grabación maravillosa en la que oímos Ricardo y yo que pasaban los camiones mientras que en la puerta de la Venta de Vargas, en la alta noche, Juan Vargas, que era tan flamenco, puso un cuatro pistas para que Niño Camarón grabara una seguiriya que no nos podíamos creer que la cantara entonces como la cantaba José Monje. Sí, se oían los camiones pasar por delante de la Venta... y cantaban los grillos. Aquella Isla empezaba en la Venta de Vargas, o terminaba. Y en esa posición liminal estuvo el Flamenco, o sea, la voz a la que le pasaba la luz antes que nada. La voz de los flamencos, la voz de Chato de la Isla, la voz de Manuel Monje Cruz y Rancapino, la voz de Joselito, la voz del baile de Juan Farina, la voz rota de Caracol, la voz de todos los grandes artistas de esa España en Franco y negro, como dejó dicho para las antologías mi siempre amigo José Carlos Fernandez Moreno. Desde Aurelio Sellés a Francisca Méndez, o La Perla, o tantos, o todos.

Oigamos esa voz, veamos esa luz que nos ha enseñado a mirar Amaya Zulueta, cerremos los ojos porque aparecerá esa Isla inmortal por Camarón, la Isla en donde cantaban los grillos y se oía el cambio de marcha de los camiones nocturnos que llevaban el pescado... al continente.
                                                                                                                             
'La nueva Alboreá'
Julio-Septiembre 2012
Especial Camarón de la Isla_






















VEINTE AÑOS SIN CAMARÓN



















___________ Yo no estuve en Berlín cuando derribaron el muro ni formé parte de la interminable cola, bajo el frío de Madrid, del 22 de noviembre de 1975. En primera fila, a pocos grandes acontecimientos he podido asistir en mi vida, salvo presenciar algunas puestas de sol en la Casería de Osio, y en la Caleta, o algunas lluvias torrenciales del otoño en la ventana de mi casa. Pensándolo bien, estar-estar, donde yo estuve fue al pie del puente de Zuazo la tarde del 4 de julio de 1992. Como yo, había un nutrido grupo de personas, paisanos de José Monje Cruz y devotos camaroneros de los cuatro puntos cardinales de la geografía más emocional del flamenco. Todavía no había llegado a la ciudad el grueso del dolor de la mañana siguiente, cuando se tuvo conciencia plena de que se estaba yendo el genio del flamenco del siglo XX, exponente máximo del orgullo de ser gitano.

El sol enfocaba la representación. Sabíamos por algunos que fueron al aeropuerto que el féretro estaba a media hora, a quince minutos. Como los demás, cerré el puente a los coches, contribuyendo a que otros tomaran sobre sus hombros el ataúd con los restos de Camarón. El calor imposible de ese día de julio acentuaba más si cabía la mueca de dolor y de extravío de muchos rostros. De entre ellos expurgo los de Rancapino, Pansequito, Pijote, Manuel Monje Cruz, Paco de Lucía... ¿Una locura? El trayecto desde el puente de Zuazo al salón de plenos del Ayuntamiento de San Fernando por la calle Real. La muchedumbre con el ataúd a cuestas subió las escaleras, invadió el lugar destinado a la vela del cadáver del cantaor más famoso del flamenco.

Todo fue verdad, ese dolor digo. Qué dolor tan grande, por Dios. La noche fue una acampada. En las alamedas de La Isla, y en las plazas. La gente seguía viniendo de todas partes, la gente camaronera, esa religión de almas dolientes que habían recibido el bálsamo maravilloso del cante del gitano de las Callejuelas, se habían curado con sus melismas de miel y maravilla.

Pasó la noche interminable y enseguida apareció por Medina Sidonia el sol inmisericorde. Había dos temperaturas insoportables en el San Fernando que enterraba a Camarón. La del termómetro de mercurio y la del dolor que hace hervir la sangre. El acto final no se había ensayado. Lo viví también en primera fila. Bajaban a la fosa el ataúd de José con mucho mimo cuando un gitano con la camisa negra rota a jirones se acercó a la fosa abierta todavía y gritó con todas sus fuerzas “¡José, no te vayas! ¡Camarón, no te vayas!”

Lástima que no haya una película perfecta de las horas que transcurrieron en la ciudad desde que llegó al puente de Zuazo el cadáver de José Monje y el grito roto de dolor, el desgarro de ese “¡Camarón, no te vayas!” Porque habría servido para que, veinte años después, San Fernando, La Isla de Camarón, hubiera estado a la altura de las circunstancias y ya estuviera abierto el lugar del culto a este artista genial, hijo de Juana Cruz y Luis Monje, nacido en un humildísimo patio de vecinos de la calle Carmen, en las callejuelas que dan a la geografía de caños y esteros que nos define, hacen parte de nuestra insularidad y nuestra idiosincrasia.

Veinte años es una eternidad sin Camarón. La ruptura de la verdad del bolero habla de todo lo que pudo ser si José Monje Cruz no hubiera sido marcado con la señal de cal, el aspa triste en la puerta de su casa por el ángel ciego, el ángel sordo, el ángel mudo. El heraldo negro de la muerte. Quizá sea esta la razón más poderosa para que evitemos entre todos que la muerte -he ahí tu victoria- triunfe con su manto de olvido sobre quien vino entre nosotros para curarnos de las heridas de la vida, como el poema de Miguel Hernández.

Estas tardes de julio el sol del poniente es tan bello y tórrido como el de 1992, pero ya no llega el cadáver de José Monje Cruz a hombros de un pueblo desesperado de dolor y de incomprensión. Ojalá nunca más le demos sepultura, sino resurrección y vida eterna entre nosotros y para toda esa geografía emocional que habita en los barrios marginales de las ciudades de España, y en los lugares más inverosímiles y desconocidos de este planeta maravilloso llamado La Música.


sábado, 16 de junio de 2012

LA ROJA... Y GUALDA.

Enrique me envía esta foto de los niños con la camiseta de la Selección Española de Fútbol. Imposible no hacer reflexiones sobre la maravillosa mirada de Rodrigo y Claudia, que forman parte del futuro de España por el que debemos luchar. Y también, cómo no, por las banderas bicolores que ondean en las ventanas de España, en los balcones, en los coches, en todo lo que se mueve, alienta y grita una esperanza. Qué buenos somos cuando nos ponemos de acuerdo y jugamos noblemente. Mucho más cuando quien selecciona y dirige es un hombre tranquilo, recto, sereno, bondadoso y sabio. No es ganar, de verdad que no, es jugar bien, admirarnos de lo bien que sabemos hacer las cosas cuando estamos juntos, reunidos, como gustaba decir a los constituyentes gaditanos de 1812...

La Roja... y Gualda nos une, bendita sea. A ve si todas las demás banderas, banderolas y estandartes, a ver si todo lo que ondea y vive y alienta nos une de idéntica manera.



martes, 5 de junio de 2012

GRAN SORPRESA













El descubrimiento apareció hace unas semanas en Internet: ¡¡Las estatuas de la Isla de Pascua, tienen cuerpo!!

Hasta entonces eran conocidas por ser apenas grandes cabezas. Se sabe ahora que esas estatuas esconden muchos secretos, como que más de la mitad de su tamaño está enterrado en el subsuelo y revelan la existencia de cuerpo y manos.

Se atribuyó el descubrimiento al matrimonio Routledge, pero otro grupo de pesquisa privado han excavado recientemente una estatua y descubrió muchos escritos sobre el cuerpo Localizada en el Pacífico, la isla volcánica fue descubierta por el navegador holandês Jakob Roggeveen, el domingo de Pascua de 1722. Se tornó chilena en 1888.

Hay muchos misterios en cuanto a la isla de Pascua, el descubrimiento de esos escritos colocados en el subsuelo pueden iniciar muchos debates.

La verdad, es que casi todos los cientificos están de acuerdo que fue después de un ecocídio que la población -cerca de 4000 individuos- desapareció, ¿que aconteció con estos gigantes de piedra enterrados?

¿Serian asi desde el início cuando fueron hechos por los Rapanui -civilizaciones antiguas de la isla- o fue el paso del tiempo que las enterró?

La hipótesis mas probable es que un maremoto barrió la isla y su civilización, que se perdió en las brumas del tiempo. Los turistas desconocen que bajo sus pies existe un tesoro escondido que se adivina. Las estatuas no deben haber sido enterradas, pero el flujo de transporte de onda gigante trajo mucho sedimento, que las enterró y una civilización desapareció como apagada de golpe.

Esto hace pensar nuevamente en el mito de la Atlântida y el continente Mu, de cuyas leyendas resurgira con este descubrimiento excepcional.























Mi agradecimiento a mi muy querido Néstor Carral San Laureano, filósofo, que siempre me informa de cosas de verdadero interés.