___________ Jilgueros en la cabeza, un libro de Carmen Guaita.
Llevo toda mi vida, como quien dice, leyendo novelas. Pero al modo
como un novelista lee una novela. Les aseguro que no es del mismo modo que lo
hace un lector desprevenido. Imagino que un modisto mira el vestido que alguien
lleva de modo parejo a como yo leo novelas desde hace más de 40 años. O un
médico nos observa mientras habla de cualquier cosa. Lo he sabido siempre, lo
del médico digo, pero un día una médico profesora de una universidad de Madrid,
precisamente, me dijo muy reservadamente que un buen amigo que tengo debía
mirarse el corazón porque puede que tuviera algún problema. ¿Cómo lo has
sabido?, le pregunté. Me lo dijo: sus azulados labios. Era cierto, tenía el
problema y se lo estaban tratando los cardiólogos de Cádiz.
Del mismo modo, confieso que me causó una gran impresión el
descubrimiento de la verdad oculta en los primeros versículos del Génesis,
sobre todo cuando el escritor de este libro capital, en boca del Creador, dice:
Y Dios llamó… Porque entonces supe que sólo las cosas que tienen un nombre
tienen existencia y que sólo existe lo que se puede nombrar. Lo digo así
llanamente, no abro el melón de una controversia sobre la no existencia de lo
existente, lo pre existente y esas otras filosofías hechas más de una lógica de
la imaginación que de una lógica de las palabras y de la ciencia.
Este conjunto de verdades elementales se han deslizado por mi vida
sin que yo les diera demasiada importancia porque yo también, querida y
admirada Carmen Guaita, he tenido toda mi vida Jilgueros en la cabeza. Y por
eso no se me había ocurrido pensar que el color sin la luz carece de
existencia, o no pero sí. Y que un año luz es una medida inalcanzable e
inabarcable. Sobre todo cuando se conoce que la luz va a una velocidad de 300.000
kilómetros por segundo, esto es, recorre 300.000 kilómetros cada segundo.
Mi abuelo no trabajaba en el Observatorio pero si el padre de mi
amigo Pedro, como mi hermano de toda la vida. Él me dijo que algunas estrellas
que vemos en el cielo ya no existen, es la luz que todavía no ha acabado de
llegar a nuestros ojos. Y que se llaman con el feo nombre de enanas marrones, o
algo así.
Señoras y señores, admirada Carmen Guaita, ya ves, tu paisano
posee también cierta pajarería que ha hecho, en ocasiones, que me diera unos
batacazos grandes porque me dedicaba a oír el canto de los jilgueros, los
canarios, los gorriones y verderones y no la línea del horizonte frío.
Pero –ya sabes que Ortega y Gasset decía que la claridad es la
cortesía del filósofo- debo aclararte y aclarar al respetable público, que se
decía en los teatros de aficionados de Los Hermanitos cuando tu padre era un
joven por la Isla y yo era un niño que no tenía ni idea de que Jilgueros en la
cabeza era lo que ha sido a medida que avanzaba y, sobre todo, cuando leía su
última página, antes de que las citas de las óperas que atraviesan el libro, le
dieran transversalidad y una belleza distinta; debo decirte, querida Carmen
Guaita, que cuando me pidieron que presentara tu novela yo sólo pensé en Don
Román Guaita, y en su hijo Román, que tenía en la Isla fama de portento desde
cuando entonces, y en tu dulce, extraordinaria tía Dori, y en tu tío Paco, mis
amigos de toda la vida… Por eso dije que sí, a bote pronto. Además luego supe
que vendría mi hermano Pepe Oneto, a quien tanto debo, pero de ti sólo sabía lo
bien que todo el mundo hablaba de ti. Y lo que me avanzó tu tío Paco de esa
avezada lectora que se llama Dorita Guaita, que estaba entusiasmada con tu
novela, como tu prima Cristina y como otros de los que me referían.
Así que se trata ya de que yo diga algo de Jilgueros en la cabeza, y de su autora en cuanto que escritora de
esas páginas, sin desvelar Jilgueros en
la cabeza. No es fácil pero debemos intentarlo.
Y lo primero que me llamó la atención, y les pasará a todos
ustedes cuando la lean, que no se arrepentirán, es algo tan aparentemente
sencillo como la persona de los verbos. La autora escribe en primera persona
cuando cuenta, en segunda persona cuando se habla a sí misma, y en tercera
persona cuando habla de los demás. En el mismo tiempo narrativo simultanea y
salta por las personas de los verbos. Soluciona así una de las dificultades que
esta novela posee y en la que ella, un poco como cuenta que era el lema de sus
tías: Hágase en mí según tu palabra – se entrega a la escritura con honradez de
oficio.
El hilo conductor de Jilgueros
en la cabeza es de principio a fin una mujer en su vida: Eulalia Requena.
Eulalia no por casualidad, que significa la que habla bien, la que habla
bonito. La vida dando saltos por la vida desde las primeras iluminaciones de
una niña de seis años hasta el momento de una decisión fundamental, con la que
termina la novela.
Estoy convencido de que la novela “funciona” distinta si el lector
es un hombre o una mujer. No porque sea una novela especialmente femenina, o no
sé cómo decir para que nadie se moleste, el aliento de una mujer está en cada
página. Y en su despliegue de inteligencia, integridad consigo misma y visión
del mundo. Para mi es lo mejor que tiene esta novela, con diferencia. El lector
masculino va de sorpresa en sorpresa porque Eulalia Requena es de una
transparencia desconocida y cegadora, deslumbrante. Me he dicho a mí mismo
muchas veces leyendo este libro que qué poco sabes de la mujer, Enrique. O de
las mujeres. Porque Jilgueros en la cabeza es la historia de las mujeres de dos
familias, las extraordinarias mujeres de dos familias en un período histórico
crucial de nuestra historia, digamos que entre los años 20 y los años 80. Y por
eso, quiero decir, está la triste historia de España de Gil de Biedma pero
también está la España que surgió de la muerte de Franco y la Transición. Y la
España al margen, la España de los jilgueros en el cabeza, la vida intensamente
vivida en el interior del alma femenina. Con su despliegue de detalles, de
roces suaves por las telas, de arias de ópera o movimientos de conciertos, de
un piano que se cierra para siempre por una promesa, de libros que se extraen
de las estanterías y se leen, se comentan. Hablo de un universo completo, una
constelación de vida de mujeres que saltan por las ramas narrativas para dejar
un testimonio veraz, absolutamente verosímil. Magnífico.
En ocasiones también tenía la impresión leyendo Jilgueros en la cabeza de que me
encontraba con una especie de fisión nuclear literaria, quiero decir que si
surgía un personaje que podía ser colateral en principio, o secundario, la
autora enseguida se apropiaba de él y lo novelaba. El más emblemático de todos
una vieja tía, maestra de la República, exiliada en México, que vuelve 40 años
después para morir en La Isla, recogida y guardada, atendida perfectamente, en
el asilo de San José. Así la novela se me antojaba como una inundación. Un
discurso sin desfallecimiento, con su despliegue de las tres personas del
verbo, iba y venía por las ramas de sus familias paterno y materna, y otras
mujeres, formando un friso femenino único dotado de un equilibrio y una profundidad
“femenina” para mí desconocida.
Ante tamaño despliegue de inteligencia narrativa, ante tamaño
despliegue de fecundidad y riqueza y variedad, los hombres resultan tan poca
cosa en general que es la misma personaje –que se hace una dolorosa catarsis
emocional- la que finalmente le da un sitial adecuado para cerrar el conjunto
de las catástrofes cotidianas de muchas mujeres de su familia, con excepción de
sus abuelos, que vienen siendo la clave de la historia, las historias que se
cuentan con un pulso, ya decía, absolutamente admirable.
Eulalia Requena es sin duda alguna una mujer excepcional y,
trasunto de ella, por esa vis autobiográfica que posee la novela, la propia
novelista. Está tan vivamente pintada que es difícil sustraerse a la tentación
de considerar que todo lo que le ocurre sea autobiografía. Para nada. Pero hay
muchas líneas en la mano que ha escrito Jilgueros
en la cabeza que se corresponden con Carmen Guaita. Por ejemplo su amor a
la ópera. Sólo desde ese amor, y su profundo conocimiento de la tragedia
lírica, se puede construir un mapa del tesoro de la música más pasional y
trágica que se conoce, que no en balde Ópera es Tragedia con Música. Son muchas
las óperas que componen este libro, muchas las arias que acuden en ayuda de la
explicación del profundo dramatis
personae que resulta ser Jilgueros en la cabeza.
La anécdota de un amor equivocado, o más de un amor equivocado, no
debe distraernos del profundo libro de amor que es este libro ni de la buena
mano que ha sabido escribirlo con tanta profundidad, tanto conocimiento y tanto
arte. Porque ya no es sólo la historia que zigzaguea por sus páginas, la
historia que vuelve, que no acaba del todo, es el escenario de las historias.
Así San Fernando, el Paraíso perdido de la niña Eulalia que se ve obligada a
trasladarse a Madrid y está a punto de llorar, como Rafael Alberti, “por qué me
trajiste, padre, a la ciudad, por qué me desenterraste del mar”. San Fernando
es una casa en la calle Ancha, una casa grande con un patio con montera, y unos
abuelos que se aman como el primer día y la aman a ella, a la niña que habla
bonito, con toda el alma. Más el sol, el cine de verano, la playa, las noches
de levante en calma y todas esas cosas que estamos tan acostumbrados a vivir
que no le damos importancia.
Te digo Carmen, y a todos ustedes, que Pepe Oneto ha padecido de
parecida melancolía cuando ha oído una palabra de su infancia por la Isla en
Madrid o un viento del Guadarrama, tan traicionero, le ha traído el recuerdo de
un ponientazo invernal por la Alameda.
La costura de la novela es el santo y seña de la verdadera
Literatura, digo el Amor y la Muerte. Me
ha fascinado también esta demostración palmaria de que nos encontramos con una
verdadera obra de arte narrativo, un libro sin dubitación, firme, que avanza
sin descanso, más cerca de la esencia que de los adornos, pero con un estilo de
gran nivel. Las descripciones de Cedeira con su ría, o Atenas bajo el sol, o
Ceheguín y sus campos, son de mucho nivel narrativo. Ya Madrid, donde
transcurre mucha novela, es como un escenario vacío en donde sólo se vive, se
viven los dramas, las tragedias y los recuerdos de otros paisajes que sí se
llevan dentro… y también se viven las ilusiones y los amores que hacen la vida.
En fin, doy vueltas a la noria para no decir las cosas que no
debo. Estoy todavía bajo el impacto que me ha causado este libro y esta autora,
convertida con estos Jilgueros y la Partida de Nacimiento en una de los
nuestros, en una de las grandes escritoras de esta ciudad tan bella, tan
misteriosa y tan esquiva.
Enhorabuena de todo corazón, Carmen. Felicidades.
San Fernando, 2 de octubre de 2015_